“LAS MINAS DEL REY SALOMON
H. Rider Haggard
Érase una vez, un inglés llamado Quatermain, que trabajaba como explorador en el sur de África. Cierto día llegaron a su vivienda unos ingleses que se dieron a conocer como el Barón Sir Henry Curtis y el Capitán John Good, de la marina inglesa.
- ¿Qué se les ofrece? – les preguntó Quatermain.
- He averiguado que fue guía de un hombre llamado Neville – le dijo el Barón – Es mi hermano y ando buscándole.
- ¿Neville? Sí, le recuerdo. Se dirigía al norte de Transvaal, a cazar. Le dejé en el buen camino.
El Barón cruzó la mirada con el Capitán y decidió hablar con claridad:
- Mi hermano iba detrás de unas minas de oro. ¿Oyó hablar alguna vez de Las Minas del Rey Salomón?
- Por aquí corren muchas fantasías – le dijo Quatermain – Media África está plagada de misteriosas minas de oro y diamantes.
- Pero él se dirigía allí y ha desparecido. Necesitamos que organice una expedición para ir en su búsqueda.
- Tratar de hallar un superviviente en África es como hallar una aguja en un pajar pero, les ayudaré – les dijo.
Días después, una numerosa expedición se encaminaba hacia el desierto. A los servidores zulús y hotentotes se les unió un extraño personaje, un alto y esbelto kakuana, un hombre enigmático que no gustaba al Barón.
Cuando llegaron al desierto, los servidores zulús y hotentotes abandonaron la expedición.
- ¿Por qué nos abandonan? – preguntó extrañado el Barón.
- Dicen que más allá hay malos espíritus. Sólo han quedado los fieles, los que siempre me acompañan – le explicó Quatermain.
Las desgracias aumentaron. Cuatro bueyes que llevaban la carga murieron por ingerir hierbas venenosas. El viaje se hacia cada vez más difícil, pero el Barón no era hombre que cediera a las desventuras y continuaron el camino.
Cruzar el desierto no fue empresa fácil. El sol tórrido y la falta de agua les agobiaba día a día. Sólo un miembro de la expedición parecía no sentir las molestias del viaje. Era Umbopa, el kakuana, que contemplaba hacia lo lejos unas misteriosas montañas que se alzaban entre las brumas.
La travesía fue difícil, pero un día, agotados, sedientos y casi sin fuerzas para avanzar se dieron cuenta de que el desierto quedaba atrás y allá, al fondo, un riachuelo se abría paso entre la mísera vegetación.
- ¡Agua! ¡Agua! – gritaron el barón y Quatermain mientras todos corrían a saciar su sed.
Siguieron caminando y el tiempo tórrido se cambió por fuertes heladas que hacían más difícil el camino porque llevaban poca ropa.
- Sobrevivimos al calor del desierto, pero esta ventisca fría acabará con nosotros - se quejaba el Barón cuando vio que el kakuana estaba oteando el paisaje – ¿Qué mira el enigmático Umbopa?
- Cuevas – contestó Umbopa – En aquel sector de la montaña hay cuevas. En ellas suelen hallarse viajeros que se perdieron y buscaron refugio para siempre. No tuvieron fuerzas para salir de ellas.
En una de las cuevas hallaron los restos de un explorador, pero por la documentación comprobaron que no era el hermano del Barón.
Dos días más tarde, hallaron una carretera, una vieja calzada pavimentada con piedras.
- Esta es la vieja carretera que dicen que mandó construir el rey Salomón. Tal vez nos hallamos en el buen camino – dijo contento el Barón – Sigamos avanzando.
Todo parecía indicar que habían terminado las penalidades, pero aquel rincón de África, misterioso y desconocido, les depararía aún graves sorpresas. De repente, una lanza cruzó el aire para ir a clavarse a su lado.
- ¡Nos atacan! – gritó Quatermain.
Un grupo amenazante de salvajes les rodeó para apresarles y el Barón disparó su escopeta al aire. Aquel ruido les paralizó y en vez de pretender reducirles se postraron a sus pies asustados.
- Entiendo algo su idioma, es un dialecto del zulú. Nos invitan a ir a Palacio a conocer al rey Tuala – les tradujo Quatermain – Creen que somos hijos de las estrellas.
- Tal vez ellos sepan algo de mi hermano – dijo esperanzado el Barón.
El rey Tuala les recibió en mitad del poblado, rodeado de sus ejércitos. Quería impresionarles y acabar con ellos. Era un rey cruel, que hizo asesinar a su hermano, el auténtico rey, y perseguir a su viuda y a su hijo hasta que los perdió en el desierto. Pero el hijo del auténtico rey no había muerto, más bien al contrario, porque acababa de llegar con la expedición. - ¡Era Umbopa!
En cuanto varios seguidores del verdadero rey le reconocieron, formaron un bando a su favor para restituirle en el trono usurpado.
- Va a tener lugar una guerra y nos va a pillar en medio – les informó Quatermain cuando se dio cuenta de la situación – Hay que tomar una decisión. No podemos permanecer inactivos.
- ¿Se ha sabido algo de mi hermano? – preguntó el Barón.
- Nada. Por aquí no pasó. Nunca han visto un hombre blanco hasta nuestra llegada.
- ¡Muy bien! En cuanto a la guerra, si hay que tomar partido por alguno, me inclino por el verdadero rey, Umbopa.
La batalla se inició poco después. Los que estaban a favor del hijo del auténtico rey, se refugiaron en los montes próximos, pero eran muy pocos comparados con los demás.
- No vamos a salir vivos de aquí. En cuanto se nos • terminen las municiones habrá terminado todo – se lamentó el Barón.
- Aún no. Hace muchos siglos, desde este mismo monte, uno de mis antepasados se salvó gracias a una lluvia de piedras. Construiremos plataformas de madera, las llenaremos de piedras y cuando el enemigo avance, las piedras lloverán sobre ellos – les explicó Umbopa.
Se pusieron manos a la obra y una lluvia de piedras diezmó buena parte de los asaltantes, pero la batalla continuó y duró varios días hasta que el rey usurpador, viéndose en desventaja, propuso un pacto final.
- El rey usurpador quiere pelear con uno de nosotros. Es la ley en nuestro reino – aclaró Umbopa – Él señalará a su competidor. Si vence, el reino será para él. Si pierde, el reino me pertenecerá.
El rey usurpador señaló al Barón, ya que pensó que le sería más fácil vencerle. Pero no fue así. El Barón era un experto en la lucha armada y aunque el traidor utilizó tretas para vencerle, no pudo evitar caer derrotado.
¡El nuevo rey era Umbopa!
- Yo os llevaré a la entrada secreta de la tumba del oro – les dijo Umbopa en agradecimiento por su ayuda – Es una gruta llena de joyas, diamantes y oro que depositaron allí nadie sabe quién. Los dioses tal vez. Llevaros lo que queráis y que tengáis suerte en la búsqueda del desaparecido.
- Gracias, Umbopa.
- Pero no olvidéis que en la gruta hay trampas. Nadie sabe donde están ni qué sorpresas deparan – les advirtió.
Avanzaron hacia la montaña de oro y penetraron en ella por un conducto estrecho, por el que había que avanzar agachados. Ese túnel les llevó a una gruta inmensa que les ofreció un espectáculo increíble. Jamás habían visto tantas riquezas acumuladas: cajones enormes llenos de piedras preciosas, joyas increíbles, etc…
- ¡Las Minas del Rey Salomón! – exclamó Quatermain – Vuestro hermano estaba en lo cierto.
- Un momento, ¿qué es ese ruido? – preguntó el Barón al oír un sonido extraño.
De repente, una enorme piedra bajó del techo, cubriendo la gruta por la que entraron. ¡Estaban atrapados!
- Estamos enterrados vivos. Esta losa no la moveremos jamás, pesa toneladas.
- ¡Un momento! – les dijo el Barón - ¡Observad la antorcha encendida! La llama se mueve, o sea que llega aire de alguna parte. Esto significa que hay otra salida. Llenemos los bolsillos de diamantes y tratemos de escapar.
El aire hacia oscilar la llama de la antorcha y esa oscilación les llevó hacia una grieta en la montaña, por la que pudieron pasar y salir con vida de allí.
Salieron por el otro lado de la montaña y el paisaje era distinto. El rey Umbopa puso a disposición de los exploradores a servidores suficientes para que regresaran a salvo.
- En vez de seguir el camino de la ida, mis guías os llevaran por la ruta de los Oasis, hasta el mar. Allí podréis embarcar donde deseéis.
En efecto, el camino era mucho mejor y nada más llegar al primer Oasis les sorprendió ver una casa habitada por un hombre blanco.
- ¡No es posible! ¡Es mi hermano! ¡Está vivo! – gritaba loco de contento el Barón mientras corría a abrazar a su hermano.
La aventura tuvo un final feliz. El hermano del Barón no pudo encontrar las Minas del Rey Salomón e incapaz de regresar a su país, se quedó a vivir en uno de los Oasis. Pero ahora, junto con el Barón, sí que podría regresar a casa.
FIN
Las Minas del Rey Salomón
H. Rider HaggardÉrase una vez, un inglés llamado Quatermain, que trabajaba como explorador en el sur de África. Cierto día llegaron a su vivienda unos ingleses que se dieron a conocer como el Barón Sir Henry Curtis y el Capitán John Good, de la marina inglesa.
H. Rider Haggard
Henry Rider Haggard nació en Bradenham, Norfolk el 22 de junio de 18561. Fue un escritor inglés victoriano de novelas de aventuras, iniciador del subgénero mundo perdido.